martes, 9 de febrero de 2010

SEGUNDO DÍA EN GIJÓN

He estado muy poco enterado sobre los días que corren. Estoy descubriendo que es martes 9 de febrero. Pienso en mis hijos con nostalgia. Con Radi hablé un rato por teléfono, Cherry es aún algo así como indiferente, no le encuentro el rastro de los afectos. Pero Wilder me expresa decaimiento por mi ausencia, espero haberle consolado con los mensajes. Hablé suficientemente con Ismerda. Aún faltan muchos días para el retorno y hay mucho que ver y qué hacer. Por ejemplo, en la mañana tuviomos la alegría de unas buenas arepas cocinadas por Margarita, con un revoltillo de huevos, mantequilla y café. No es que extrañara tanto las arepas, pero comerlas me llevó a comprender cuánto las aprecio.

Luego salimos a pasearnos la ciudad con un mapa que tiene José. Llegamos al malecón que nos pone al borde del mar del norte, el cantábrico. Poca brisa pero mucho frío que ya he aprendido a tolerar. Subimos hacia una loma desde donde se aprecia el mar y el cielo con todo su sosiego y placidez. Yo sabía que ahí estaba el monumento de Chillida: una escultura en hormigón que en las fotos no la entendía, pero al estar allí supe que recogía en una abertura la maravilla del horizonte azul. Bajamos a tomarnos un caldo, servido en taza de café, también tradicional por estos lados.

Remontamos entonces otras calles y llegamos a la biblioteca Jovellanos, con una entrada de cuatro columnas inmensas, muy impresionantes. Conversamos con algunos funcionarios y accedieron recibir los libros que llevábamos, porque salimos con la intención de leer nuestros poemas en estos parajes. Pasarán a formar parte de la colección "Obras del Mundo". Aún me parece un salto olímpico, para mí que apenas tengo un leve reconocimiento como escritor en mi estado. Accedieron a una ronda de lectura de nuestros poemas y en ese momento se acaban las pilas. No hemos podido recargar las cámaras porque aquí las tomas de electricidad son muy diferentes, no entran los enchufes que trajimos. Así que nos quedamos solamente con las fotos que nos tomamos momentos antes a la entrada de la biblioteca.

Con este júbilo nos volvimos al apartamento para saborear una pasta preparada por Margarita. Yo llevé fabada asturiana en latas, a falta de mis queridas caraotas, pero no estuvo nada mal, la mezclé con la pasta y... tremendo almuerzo. Ya a esta hora nos hemos dispersado cada uno por la ciudad. Volveré al apartamento a darle forma a los poemas que me surgieron durante mi extravío en Toledo y terminar el enredado argumento de la novela ambientada en Madrid.

1 comentario:

  1. Me contenta tu descripción sobre este mítico viaje, la distancia con la familia y el país es una daga en el corazón. Saludos a todos.
    Eliseo Mora
    Poeta incorpore estos cometarios en el block que mi ignorancia impide agregarla

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