lunes, 1 de marzo de 2010

SEGUNDO DIA DE LA VUELTA A YARACUY




lunes 1 de marzo

He vuelto a la patria, he vuelto al pueblo. Las distancias son como unas sacudidas de mantel para alisar los pliegues, para volver al orden. Llego al abrazo de la consorte, a los hijos, a los seres de los afectos. Se cumplió en este viaje el objetivo principal: traernos la imagen del Faro, también depositamos nuestros libros y los de los amigos poetas en biblioteca y universidad españolas. Recorrer las piedras antiguas de las ciudades milenarias. Hoy me entrego a los quehaceres: pagar las cuentas, incorporarme a las labores de la Universidad Boliviariana, dejar que los lugares habituales se adecúen a mi presencia. Con Linda, Margarita, José y David se rompe el lazo de coviajantes, y queda el de la amistad.

El viernes se publicó la noticia de nuestra presencia en la UAM, en el Yaracuy al Día, no sé si se ha impreso en la página de opinión el texto que envié a los pocos días de llegar a Madrid, en todo caso, lo reproduzco aquí y sirva como cierre de estas crónicas.

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Con dos compañeras en Madrid

Radamés Laerte Giménez



Está la vega aplanada. Estos días tristes de invierno la convierten en campo de ensueño

Federico García Lorca

Impresiones y paisajes



En la mente queda viva la imagen de su mirada vuelta hacia el espectador con gesto de apacible sorpresa. Los pasos conducen a cada una de las inmensas galerías, ofrendando en cada caso un esplendor venido de lejos, de antes. Avanza con lentitud por las resonantes losas del Paseo del Prado, sembrando algo más que indiferencia entre los pálidos transeúntes, apurados por las navajas cortantes del viento frío. ¿de qué sustancia viva está hecho ese mirar? ¿Vivió Caravaggio, como yo, este instante extático, esta corriente en los huesos?


Anda sin prisa y ya no piensa siquiera en la nostalgia por la familia ausente. Como errabundo se le vé dejando de lado, por un momento, la incertidumbre de no contar con las monedas para la cena. Apenas un caldo tan liviano como sus pasos han amainado la molestia de los labios rotos. Había indagado mucho tiempo atrás la imagen sedente, austera de la santa, esculcando en cada libro de ilustraciones e imaginando cada trazo y detalle invisible, invisible como él ahora por estas calles de Madrid.


Camina contra el viento, contra el mundo, y va masticando de a poco el gesto petrificado de la mártir ¿fue en la época cuando hundió Caravaggio la daga en el pecho ajeno que pintó el sosiego de la santa? Gotas de un doloroso frío lanza el cielo gris y ya los pasos le acercan a Cibeles. La garganta está reseca y duele, pero no la necesita porque no come ni habla, solamente recuerda el escorzo con la rueda de afilados dientes donde se pretendió su suplicio, y nunca se dio.


Pudo haber combinado su pensamiento con el recuerdo de ese cuadro caravaggiesco visto ya en el Museo del Prado, en el que el muchacho con perfil perdido en las sombras maniata el cuerpo del descabezado. O con el del otro joven, aquel extraviado entre los muchos cuadros del Greco en la Catedral de Toledo, con la rústica cruz a un lado y el pacífico cordero del otro. Pero no... pensaba en la indefinida luz que como tormenta golpeaba sobre el rostro de Santa Catalina de Alejandría, colocada en escena para padecimiento de los espectadores.


De la calle de Alcalá ha pasada a la brutal, grosera avenida de la Gran Vía, donde el gran comercio exhibe sus caras chucherías al turista con pretensiones de opulencia. Por ahí le condujeron sus pasos evadiendo a cada tramo los ofrecimientos de chicas de cueros cortos y medias de nylon, apenas rescatando los vahídos recuerdos del mirar de la santa. Se prometió una segunda visita el Thyssen mañana temprano.


A esta hora despertará del ensueño y se echará a soñar con sus dos compañeras:a una la llama hambre, a la otra la llama frío.